Novela y filme

BETIBÚ

CLAUDIA PIÑEIRO

(Alfaguara - Buenos Aires) 

Betibú me devolvió al cine. Esta vez hice el camino inverso: primero vi la película y luego leí el libro. En realidad, la película de Miguel Cohan me entusiasmó tanto que me dieron ganas de leer inmediatamente el libro de Claudia Piñeiro. Me pregunté: ¿Será tan vertiginosa la historia en el libro como lo es en la pantalla? Estos personajes, que ahora tienen nombre y apellido (el de los actores que los interpretan) ¿son descritos en la novela de la misma manera? Y, fundamentalmente, si no hubiese visto la película ¿me la hubiera imaginado tal como la vi?

La respuesta a cada una de estas preguntas es “no”. Primero, porque la novela tiene un tiempo distinto. Si bien goza de una escritura ágil que nos lleva rápidamente de un capítulo a otro, Claudia Piñeiro se detiene en detalles que en la película sería imposible incluir sin hacerla aburrida. El papel soporta estos vaivenes mejor que la pantalla. Diría, incluso, que los necesita: los lectores queremos saber “todo” sobre los personajes y la historia. Por eso, no molesta que se cuente quién es Betty Boop (el personaje de los años 30 que, con su fonética, permite bautizar a la protagonista), o que haya una suerte de denuncia social en algunos pasajes. Por ejemplo, es genial la escena (que no se incluye en la película) de la mujer que es echada por su patrona porque se robó un queso (que al final resulta ser sólo “medio queso” porque el resto ¡se lo comió ella, la patrona!).

La respuesta es “no”, por otra parte, porque yo no soy Cohan, no soy el adaptador ni soy el guionista. Cuando leo una novela siempre trato de imaginarme la película. Muchas veces, incluso imagino a los actores que podrían interpretar algunos personajes. Pero, como dije, esta vez hice el camino inverso.

Los personajes principales son los mismos, pero hay que sacarse el sombrero por el tratamiento que les dio el director: Mercedes Morán está impecable como Nurit Iscar. Ni siquiera necesita rulos, ni parecerse a Betty Boop para que aceptemos el apodo con que Jaime Brena la bautiza. Y a Brena ya no lo imagino sin pensar en Daniel Fanego. “El pibe de policiales” está muy bien interpretado por Alberto Ammann (joven actor, revelación en los Goya 2010). Pero debo poner el acento en un personaje histriónico e impagable: “el Gato”, interpretado por Noman Briski. No está en la novela, es una creación del director que, en este caso, es también el adaptador de libro junto a su hermana Ana.

Y bien, ¿qué sucede entre la pantalla y el papel? Simple: una misma historia contada en dos lenguajes diferentes por creadores diferentes, con la maravilla que sucede en la pantalla respaldada íntegramente por la maravilla que sucede en el papel.

La película transita caminos propios, cambia algunas cosas, detalles, pero logra lo que esperamos: mantenernos alertas hasta el último fotograma. Se pregunta lo mismo que la novela ¿quién es realmente el asesino: quien ejecuta el crimen, quien lo encarga, quien está “más arriba”?

No importa si el final no es el mismo en la pantalla que en el papel. El final abierto y previsible de la película se corresponde con el final, también abierto pero más idílico, de la novela.

Si usted pensaba que le iba a recomendar leer el libro en vez de ver la película, se va a decepcionar: le recomiendo que haga las dos cosas. Vea la película y lea el libro. O, al revés, lea y luego vea. Como guste. Pero no se las pierda: la novela y la película, cada una por sí misma, valen la pena.

© LA GACETA

Julio Ricardo Estefan